Tan Poca Vida


Para esta aportación quería servirme de una creación artística: la novela “Tan poca vida”(1). He encontrado en la caracterización de su protagonista, Jude, un ejemplo magnífico de algunas de las cuestiones fundamentales que Jacques-Alain Miller ha trabajado con respecto a la clínica discontinua sostenida en la diferencia entre neurosis y psicosis, y la clínica continuista que responde a la “última enseñanza de Lacan” y que podemos condensar en la expresión “todo el mundo es loco”(2).

Frente al sin-sentido de la vida, que el personaje de la novela nombra como axioma cero(3), solamente nos queda el sentido que construimos y que, tanto si está vinculado a los discursos establecidos, como si responde a una invención privada se trata de un delirio con el que transitamos la vida. Incluir el Edipo y la referencia al Nombre del Padre como parte de esto, fue un salto de gran calado en la enseñanza de Lacan y en el que Jacques-Alain Miller nos viene orientando.

Como la autora nos advierte en alguna entrevista: “es exagerado el amor, la empatía, la compasión y sí, también el horror...», el exceso preside nuestras vidas, y tuvo que luchar con el editor para dar cuenta de ello en su novela. Pero a pesar de los pruritos editoriales la escritora no se regodea, sino que hace uso de la ficción para transmitir una verdad.

Jude y sus tres amigos transitan la vida juntos desde la universidad manteniendo sus lazos de amistad. Aunque tres de ellos cuentan con familia más o menos al uso, la voz y protagonista de la novela fue “un niño abandonado”, sería mejor decir arrojado a la basura de un monasterio. Este origen se verá enfatizado por los decires de esos “hombres de religión” que el único lugar que le otorgan es el de objeto de desecho.

Como sujeto estas son las palabras en las que se encontrará sumergido desde el principio. Pero uno de esos “monjes” le ofrecerá, durante algunos años de su infancia, una “luz” de cariño, palabras amables y algún cuidado… como artimañas de un alma perversa. De la infancia tenebrosa, que resulta comparable con la que sufrían los personajes de Dickens, este sujeto tendrá como saldo una desconfianza en el amor erótico y daños en el cuerpo. Unos fueron provocados por el otro y otros son los cortes que él mismo se inflige… El dolor, sobre todo el moral, a través de estas voces insultantes que le atormentan serán sus más fieles acompañantes. Las voces no están relatadas como alucinaciones, pero tienen el poder injuriante que preside la melancolía y que tornan su vida un inferno. Cuando la escritora relata estos pasajes vemos ejemplificado de forma magnífica la afirmación de Lacan “…un desorden provocado en la juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto”(4).

No se trata del relato de una muerte anunciada, sino más bien de las invenciones que un sujeto puede hacer con su vida, el “bricolaje” del que nos habla Miller que no es una creación ex nihilo sino un invento con los materiales con los que cuenta el sujeto.

Judes cuenta con esa “esperanza de otra cosa” que surgía en su corazón infantil y el sentimiento de ternura que conoció de niño hacia el monje perverso. No solamente le dejó el saldo de la desconfianza sino los fulgores del amor que pudo desarrollar primero con sus amigos, y más adelante en un amor basado en la ternura y exento de la sexualidad ya que el sexo le sumergía en el pozo de la indignidad. Las palabras se muestran, al mismo tiempo, en su versión dañina y sanadora y asistimos al surgimiento del amor como una invención, como un “milagro” que sirve para sostenerse en la vida.

La pretensión de esta autora es “realista” en sentido lacaniano y no retrocede ni convierte el relato en un cuento de hadas que no sería muy creíble. El mismo amor que sirve para contrarrestar la versión del Otro de la maldad se torna una invención que no es definitiva y, frente a un azar nefasto y a la coincidencia de dos pérdidas, le deja al sujeto sin recursos.

Si el milagro del amor le aporta “algo de vida”, el trabajo es para Jude una fuente de dignidad que la presencia del cuerpo en el lazo amoroso siempre pone en peligro. Cuando se producían los abusos y vejaciones “abandonaba su cuerpo y fingía que era algo inanimado, un testigo desapasionado e insensible de la escena…”. Su cuerpo le resultaba extraño y en la novela comprobamos como este cuerpo es esa carga pesada que debe transportar y con el que pocas veces se reconforta salvo cuando se corta. Y, sin embargo, es este mismo cuerpo el que le sirve a su amigo pintor J.B. como inspiración para realizar sus mejores obras.

El trabajo como un anclaje fundamental frente a la indignidad, el amor como el milagro que permite seguir viviendo a pesar de todo, el cuerpo como esa carga pesada que el sujeto transporta. El personaje de la novela no puede servirse de una terapia sostenida en la palabra pues para él relatar lo acontecido le lleva a un marasmo interior imposible de parar si no es a través de los cortes desenfrenados.

La amistad haciendo las veces de familia y la lealtad serán en esta ocasión el mejor tratamiento para lo patológico de esta vida. Un tratamiento que no deja de mostrar sus límites “reales”.

He elegido esta autora porque sus creaciones pueden servirnos para hacernos avanzar en nuestro que hacer y, además, considero su narración como una muestra, como la de otros autores, de la novela del siglo XXI tan en sintonía con lo mostrado por Lacan.

Además de todo esto, no podía dejar de ver en este tema aparentemente tan intimista y “psicológico” de “Tan poca vida” una incidencia política. Su lectura me traía las imágenes de los niños sirios o de cualquier otro lugar, abandonados y caminando solos en esas explanadas absolutamente vacías de los “campos de refugiados” ¿Qué destino, qué futuro tendrán esos niños a los que el Otro social solamente les trata como objetos de desechos?

Terminaré con una leyenda que escuché a la cantante francesa Zaz en su actuación en un comedor en Buenos Aires para la gente de la calle: “hubo un incendio forestal enorme y todos los animales estaban aterrados e impotentes, un colibrí se dedicaba a traer en su pico gotas de agua para apagar el incendio, un armadillo harto de la situación le dijo al colibrí, ¡estás loco!, ¿crees que vas a apagar así el incendio?, y el colibrí contestó: hago mi parte”. Hanya Yanagihara con esta novela hace su parte, ¿nosotros psicoanalistas hacemos la nuestra?

Mercedes de Francisco

Publicado originalmente en Papers nº 4.


(1) Yanagihara H., “Tan poca vida”, Barcelona, Lumen 2017 (libro electrónico).
(2) Miller J.-A., “Todo el mundo es loco”, Buenos Aires, Paidós, 2015.
(3) Yanagihara H., “Tan poca vida”, op.cit., p. 912 (libro electrónico) “La vida en sí misma es el axioma del conjunto vacío. Empieza en cero y termina en cero. Sabemos que ambos estados existen, pero no seremos conscientes ni de una experiencia ni de la otra: son estados que constituyen una parte necesaria de la vida aun cuando no pueden ser experimentados como vida.”
(4) Lacan J., “Cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, Escritos II, México, Siglo XXI, 1989, 15 edición, p. 540.