Una perspectiva diferente sobre la violencia de género


Para una convivencia social se necesita domeñar la violencia, la agresividad, el afán destructor, esto está en la base de la civilización y de la cultura.

Ya Walter Benjamín nos habla de una violencia originaria que el derecho trata de regular y nos muestra los impasses de dicha regulación.

Es evidente que el marco simbólico que aportan las leyes no pueden subsumir y erradicar totalmente el mal, ¿qué aparato judicial puede estar a la altura del enigma del mal en el ser humano?, cuestión a la que se enfrentan continuamente los abogados, jueces, fiscales etc.

El Estado con la nueva ley sobre Violencia de Género, intenta poner un freno a esta violencia cada vez más desbocada.

Pero si esta vía es absolutamente necesaria, es evidente que se torna insuficiente. Los medios de comunicación describen la violencia de género a partir de datos sociológicos y estadísticos y hacen suyo el modelo cognitivo-comportamental que los poderes públicos aplican y promueven como único y científico. Este modelo que en España se ha impuesto, desde hace años, sobre todo en las facultades de psicología y pedagogía, es el instrumento asociado a la denominada “neurociencia” que fomenta “descaradamente” la medicalización de todos, incluso de los niños.

Bajo esta apariencia “pseudocientífica” se transmite y se aplica una ideología oscura y funesta. ¿Qué efectos tiene concebir al hombre y a la mujer como esa “rata de laboratorio” a la cual el experimentador puede educar y adaptar a su capricho?

La concepción psicológica-social que se desprende de lo cognitivo-conductual trata el problema focalmente. El afán de erradicar la conducta patológica sin contemplar sus causas, deja a los protagonistas del drama sin la comprensión necesaria para el cambio.

Esta concepción adaptativa parece basarse en la idea de que cualquier ser vivo pretende autoconservar su vida exclusivamente y por encima de todo.
Es por eso que convendría no perder de vista lo que nos enseñan la literatura, el arte, etc., y que el psicoanálisis conceptualizó como pulsión de muerte.

Las TCC (terapias cognitivo-conductuales) y los acercamientos sociales, pedagógicos, derivados de éstas no tienen en cuenta lo siguiente: que la subjetividad ha perdido toda posibilidad de ser abordada biológicamente; que la tendencia destructiva es inherente al ser que habla y que, en una palabra, somos seres hablantes, sexuados y mortales.

El psicoanálisis con su comprensión del tema no pretende incidir en la evaluación de la posible pena del agresor, pues ello excede su marco. Su función es otra: mostrar el entramado del acto criminal. Acto criminal que, como hemos visto en muchas ocasiones, culmina con el suicidio del atacante.

Desde luego parece más simple, aparentemente más efectivo, ir a la conducta que daña, que elegir este camino de mayor envergadura. Pero esta facilidad es una pura falacia, que los resultados nada halagüeños hacen patente. Frente a este agravamiento los poderes públicos “alarmados” y con sus ¡“mejores intenciones”! dedican mayores cuantías económicas para aumentar los distintos servicios. Se crearán casas de acogida, se buscarán vigilantes para el cuidado de las víctimas, se harán leyes cada vez más afinadas en este sentido, se atenderá psicológicamente, desde la concepción cognitiva-conductual, y lo que encontraremos es la “recidiva”.

Cuando la argumentación se desdeña en pos de consignas disfrazadas de fácil comprensión caemos, sin apenas percibirlo, en un estado de impotencia y de incapacidad de reflexión.

Cuando una “relación sentimental” está presidida fundamentalmente por parámetros imaginarios y el amor se ha degradado en una identificación, donde la diferencia ha quedado reducida al mínimo y la dependencia mutua es extrema; si la historia del sujeto ofrece un campo abonado, el contragolpe agresivo está asegurado. Se ataca en el otro, los rasgos de uno mismo. Por ello, en muchos casos, el criminal se suicida o se entrega inmediatamente para recibir el castigo. Sería interesante preguntarse si este castigo no era algo fuertemente buscado con el acto criminal.

Jacques Lacan nos advertía que “en una civilización en la que el ideal individualista ha sido elevado a un grado de afirmación hasta ahora desconocido, los individuos resultan tender hacia ese estado en el que pensarán, sentirán, harán y amarán exactamente las cosas a las mismas horas en porciones del espacio estrictamente equivalentes”, y líneas después nos advertirá que a partir de cierto aumento de esta tendencia, las tensiones agresivas uniformadas se precipitarán a puntos de ruptura y polarización. Convendría tener en cuentan que esta “uniformidad” puede favorecer el “carácter epidémico” que parece estar tomando este tipo de violencia.

¿Las noticias cada vez más alarmantes sobre el aumento de este tipo de violencia, no responden ya a este límite cuantitativo que hemos traspasado?

Además de esta diferencia que implica la singularidad, queremos plantear ahora algunas cuestiones derivadas de la diferencia sexual.

Cualquiera que indague un poco en sus experiencias vividas, en lo que le acontece con el deseo, el amor, el goce, comprobará la diferencia imposible de soslayar entre hombres y mujeres.

Pero lo curioso es que aunque esta diferencia es innegable, está muy arraigada la idea de que el hombre y la mujer pueden mantener una relación armónica y de completud.

Pero, ¿qué supone esta aspiración a la completud y esta no aceptación de la inconsistencia de la que somos producto y que nos aporta esta diferencia en la forma de gozar? Tendremos a hombres y mujeres desorientados, padeciendo por sus síntomas y angustias y refugiándose en el goce solitario que propone el mercado, Internet, la pornografía. Cercenados del amor.

Es importante aclarar que para el psicoanálisis la posición sexuada, hombre y mujer, no está dada por la anatomía. Son posiciones que están referidas a la particular manera de gozar.

La elección de objeto, de partenaire, en el hombre no se rige igual que la elección de partenaire en la mujer. Si puedo poner un símil, sería como fechas que apuntan cada una a un lado distinto. ¿Entonces de qué manera es posible encontrarse? pues sigue habiendo actos sexuales, hombres y mujeres que se aman, etc.

Esta diferencia en el tipo de goce y que afecta a las elecciones del sujeto, se anudarán a una distinta significación.

Significación que influirá en su forma de estar en el mundo y en su psicología. Es el hombre el que más teme perder, pues su interés es mantener lo que “tiene”. El hombre vive en tensión por perder dinero, poder, prestigio, potencia…, etc. Para la mujer lo valorizado es el don de amor, para ella la pérdida de amor es lo amenazante.

Con este escueto desarrollo, puede entreverse la imposibilidad de correspondencia entre estas dos maneras distintas de gozar.

¿Y en qué se convertirá la vida de un hombre que teme continuamente perder lo que tiene, en el sentido de los bienes, de los objetos, y la de una mujer sintiendo la gran amenaza de perder el amor del hombre? Ellos temiendo no poseer su objeto, ellas temiendo perder el amor. ¿Puede esto explicar que algunos de ellos, habiendo reconstruido su vida sentimental con otra mujer, las maten igual?

Y con respecto a las mujeres, ¿puede esto explicarnos que ellas al comienzo resten importancia a los primeros signos de violencia pues supondría perder el amor? Después, cuanto más tiempo ha transcurrido, las condiciones de la realidad que se han ido forjando añaden nuevas dificultades para que esta separación se produzca.

Este análisis se aleja de una idea “moralizante” o falsamente caritativa, pues considera que esto favorece que los protagonistas del drama, a veces desgraciadamente tragedia, queden fijados “irremediablemente” a sus lugares de víctima y verdugo. Por otro lado, consideramos que la justicia y las leyes deben aplicarse y juzgar como tal los delitos.

Desde luego, habría muchas más cuestiones para plantear y desarrollar que nos darían una perspectiva nueva de esta problemática. Lo que, por lo menos, nos gustaría haber podido dejar entrever es que el psicoanálisis abre a los sujetos la posibilidad de rectificar sus elecciones fatales que están abocadas a un destino funesto.

Sólo siendo los protagonistas de nuestras vidas y enfrentando la tendencia destructiva que nos constituye podremos encontrar vías más proclives a la vida.

Para terminar, si los dispositivos desde donde se aborda este problema tienen una concepción de lo psíquico esclava de la genética y de la biología, concepción que bajo su semblante más científico y objetivo esconde un sistema de control a través del diagnóstico, la evaluación y el tratamiento, lo único que tendrán como eficaz y efectivo es alejar cada vez más a los sujetos de lo propio y favorecer la violencia que pretenden domeñar.

Mercedes de Francisco

Publicado en Blog de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis.