- Fiodor Dostoievsky
Conferencia leída en la plenaria del Congreso de PIPOL 11, Bruselas 2 de julio de 2023
Los Hermanos Karamazov se considera una obra magistral, que Dostoievski publicó íntegramente, un año antes de morir. Este nombre, Karamazov, será usado, en ocasiones, por el autor, como adjetivo y nos dice algo del rasgo que comparten los hermanos: un exceso pasional que afecta a cada uno, incluso a Aliosha el hijo menor que toma el camino espiritual del amor al semejante.
Un padre lujurioso que no tiene límites, que expolia a su hijo Dimitri de la herencia de su madre, que nunca cuidó a sus hijos. Dos fueron las esposas que dieron descendencia a Fiódor Karamázov, de la primera nació Dimitri, de la segunda Ivan y Aliosha. Además, tenemos al hijo bastardo, Smerdiakov, nacido fruto de una violación y que acaba siendo el criado de su padre. Hay que destacar que Smerdiakov padece epilepsia, la misma enfermedad que marcó la vida de Dostoievski.
Podría parecernos exagerada la figura de este padre, pero en nuestros divanes, así como en muchas de las consultas de psicólogos y terapeutas, los profesionales, en su trabajo diario se encuentran con padres que detentas estas características. En la actualidad, encontramos en series de televisión como Succession, una suerte de versión de Los Hermanos Karamazov, pero con la sutil diferencia de que en la serie hay una hija. Precisamente la hija, frente al ataúd de su padre, hará una afirmación memorable: “a mi padre la idea de ser mujer no le entraba en la cabeza”. Una afirmación clara y sintética de lo que está en juego en la obra dostoievskiana.
En la novela, los tres mil rublos operan como la excusa ridícula sobre la que gira el honor, la deuda, la traición, la culpa e incluso el asesinato y el parricidio.
El padre está presente, casi como pretexto, porque a lo que verdaderamente accedemos, lo que verdaderamente escuchamos, es a unos hijos y a unos hermanos. En nuestra experiencia como psicoanalistas, nunca escuchamos a nadie enteramente como padre, salvo lo sintomático de su paternidad.
Estos hermanos y sus diferencias, muestra una forma singular de responder a un padre que se erigió en el patriarca y que no era digno de llamarse padre. El padre llega a competir con su hijo Dimitri por el amor de una mujer, que nos recuerda a la gran película de Louis Malle, La Herida.
¿Qué es un padre? Esta pregunta la podemos encontrar en el alegato que el abogado defensor realiza en el juicio a Dimitri Karamazov acusado de parricidio. Y la respuesta del abogado resuena con las afirmaciones de Lacan, cuando habla de quien es ese hombre que merece ser nombrado padre, ese padre digno de amor y respeto. Separa el padre puramente genitor, biológico, del padre que da cuidado a sus retoños. Y, también, nos habla de la madre que merezca portar dicho nombre. Pues tampoco la madre se da por cierta.
En las mil doscientas páginas de esta novela, solamente al principio escuchamos lo que dice este padre: reclama el respeto de sus hijos por el solo hecho de haber sido el que los engendró, a la vez que se presenta como víctima del destino y como un bufón que puede decir sin vergüenza lo que le da la gana.
Como mostrará Dostoievski a través del alegato de la defensa, cuando un padre queda reducido a su carácter únicamente engendrador, se necesitará un acto de fe, un deber místico, para que un hijo lo ame.
Dostoievski a raíz de su período de cárcel en Siberia, opta por una vía espiritual y logra sobrevivir, incluso con su epilepsia. Para escribir Los Hermanos Karamazov, se inspirará en uno de sus compañeros de la prisión, acusado de parricidio y luego declarado inocente. En esos ocho años, el único libro permitido fue la Biblia, abrazó su sufrimiento y su enfermedad con todas sus fuerzas y partiendo de ahí dio lugar a su gran obra.
En Dostoievski no hay una salida feliz, en sus personajes nos adentramos a los lugares oscuros del goce. Los amantes de la obra dostoievskiana coinciden en considerarlo un hombre sin ambages frente a la oscuridad del alma humana. De Ivan, en su conversación con Aliosha el creyente, el espiritual, el que destila amor por el semejante, escuchamos las palabras más conmovedoras e hirientes sobre la inexistencia de Dios.
La tortura de un solo niño en el mundo ya es la demostración de que Dios no existe. Estas fueron para mí las páginas memorables que quedaron grabadas en mi alma en mi primera lectura de los hermanos Karamazov y no han perdido su fuerza lacerante.
Estos Karamazov, incluyendo al bastardo, son las diferentes caras de su autor. Dimitri, el excesivo, el vicioso; Ivan el ateo, intelectual; Aliosha el creyente, el que ama a la humanidad, el generoso; Smerdiakov el enfermo, la escoria.
Un padre se puede erigir en un patriarca, en la rectitud encarnada de una posición sin fisuras, sin castración, aunque sea el colmo de la lujuria y encontremos en su biografía infinidad de pecados. Freud, en “Dostoievski y el parricidio” muestra que la vía de la culpa y el castigo es un “circulo vicioso”, donde lo que verdaderamente se escamotea es la renuncia. Exceso, culpa, castigo, y volver a empezar. Freud nos advierte que para hacer posible la vida en común la renuncia es necesaria. Es por el temor a perder el amor del otro que se renuncia a las satisfacciones pulsionales.
Me encontré contingentemente con el libro Inclinaciones. Crítica de la rectitud de una autora italiana filósofa feminista, Adriana Cavarero, entre cuyas referencias se encuentra Lacan. Frente a la rectitud cuyo correlato es la geometría vertical, opone la inclinación. Frente a un yo que se legisla a sí mismo, autosuficiente, autártico, como alternativa tenemos las inclinaciones opacas e inconscientes. A una identidad cerrada sobre sí misma y sin herida, sin fisura, ni grieta que se promueve en esta época neoliberal, esta obra universal nos hace presente la variedad de pasiones, dramas, conflictos, contradicciones que agitan el alma de Dostoievski y la nuestra.
Dostoievski nos hace escuchar a esos personajes y nos enfrenta al mal que anida en cualquier corazón. No retrocede frente a la inmundicia de esos seres tan “humanos”. Y frente a esta descarnada humanidad la alternativa es su elección espiritual a través de la figura de Cristo y de alguna manera vuelve a salvar al padre.
Esta fratria sirve para “darse la mano frente al horror que les provoca lo femenino”. Qué decir de las mujeres en esta obra: Katerina, la noble, la de buena moral; frente a Grúshenka, la de dudosa conducta, que traicionada por su primer amor, decide dedicarse a seducir y burlarse de los hombres, llevándolos a la perdición. Si los personajes masculinos tienen un contorno psicológico muy bien definido, las mujeres quedan desdibujadas bajo estos arquetipos, apareciendo sus conductas como respuestas a las afrentas amorosas que padecen.
La inclinación más temida de las conocidas es el amor. Quizás por ello en esta época de capitalismo ultraliberal, las cosas del amor son rechazadas, como plantea Lacan en Hablo a las Paredes.
Si en el centro de la política y de la ética colocamos al “yo erecto” las consecuencias serán muy distintas que si ubicamos el “desamparo radical”. Esta vulnerabilidad con la que llegamos al mundo, hace de la inclinación de amor hacia el recién nacido la única posibilidad de existencia. Sin negar, que la pregnancia imaginaria que de esto se deriva suponga no poder ver a nuestro semejante sin pensar que tal semejante nos quita el lugar, como señala Lacan en la Tercera. Y sin confundir dicha inclinación con ningún maternaje o alternativa oblativa.
Frente al patriarca, el padre y sus inclinaciones en el amor.
Al movimiento feminista tanto en los años 70 como ahora les conviene leer a Lacan. Desde luego el padre del que habla Lacan no participa de esta “rectitud patriarcal” que denuncia el movimiento feminista. El problema de esta denuncia es que promueva y se sostenga en una “rectitud moral”, una aparente trasparencia y un manejo a voluntad de las tendencias y goces de hombres, mujeres, trans, lesbianas, gays.
Se puede criticar el patriarcado y, a la vez, afianzar sus cimientos. Se puede creer que como Dios ha muerto todo está permitido y en realidad como Dios ha muerto nada está permitido, formulación de Lacan en el Reverso del psicoanálisis. Nada está permitido, ni siquiera inclinarnos sobre el otro.
Bajo la aparente permisividad actual, se esconde la servidumbre al imperativo: ¡Goza!. En una época del declive del Edipo como síntoma, se entroniza la voz atronadora del superyo. Por ello no son buenas épocas para el amor.
Las mujeres son las que han puesto el acento en que el patriarcado les daña, y quizás por una falsa dicotomía pareciera que los hombres están bien acomodados a ello, que se sienten como pez en el agua. Nada más lejos de lo que escuchamos en nuestras consultas o en las instituciones en las que se trabaja.
Por eso elegí los Hermanos Karamazov que hace patente lo dañino para unos hijos varones, de un padre que no transmite ningún recurso por la vía del amor para acercarse a lo femenino.
Mercedes de Francisco
25 de junio de 2023