¿De qué inconsciente hablamos cuando decimos el inconsciente aún…todavía?
Este tema me ha llevado al Seminario 24 de Lacan donde se pregunta si será posible un futuro para el psicoanálisis que no sea histérico.
Para Freud el encuentro con la histeria hizo posible el inicio, el invento del psicoanálisis, pasar de una clínica de la mirada a una de la escucha y darle a la palabra y al lenguaje un lugar preeminente, pues en las palabras que marcan el cuerpo anidan el malestar y el sufrimiento del sujeto.
Después de su retorno a Freud y de la primera época de su enseñanza, donde el registro Simbólico tuvo toda su preeminencia, para Lacan la existencia del psicoanálisis implica separar su devenir del de la histeria. Este salto lo encontramos, especialmente, en sus últimos Seminarios, fundamentalmente a partir del Seminario XX.
Lacan habla de “la chifladura psicoanalítica” como posible heredera de esas grandes histéricas de antaño.
¿De qué chifladura se trata? De la chifladura del sentido, la significación, la del parloteo histérico que no sabe lo que dice, un dibujo grosero, una metafísica.
La histérica se dirige a un Otro intérprete, a un amo para que produzca un saber que será impotente para desentrañar su goce. Un saber que a la vez que impotente sostiene en el horizonte un saber Absoluto. Que desconoce que a cada uno no le corresponde su cada una, que no hay saber a disposición de esos seres que hablan para encontrarse con el partenaire. Que hace existir al Otro, aunque sea a costa de su propia inmolación: en la cesión sin límites en el amor o cuando ofrece su cuerpo a los dioses oscuros de la ciencia y la tecnología, en un intento vano de responder a esa pregunta que preside su vida: ¿qué es ser una mujer?
Los dichos que el analizante despliega llevan implícito el olvido de un decir y estos dichos pueden dar vueltas y vueltas a lo largo de un análisis si no hay una intervención analítica que produzca un corte.
Esta cadena de dichos generalmente referidos a la genealogía edípica, que se metaforizan y se desplazan, no implican ningún saber sobre ellos. Por eso, el sujeto se dirige a un sujeto supuesto saber para obtener una interpretación que le permita descifrar su decir, que le aporte un saber que pueda despejar algo sobre su síntoma.
Un síntoma en la histeria, extraído del Otro del que está enamorada, un síntoma que participa de una parte del síntoma del padre.
Al inconsciente derivado del encuentro con la histérica, Lacan en el Seminario 24, de forma contundente, lo considera un embrollo y una farfulla. Frente a este embrollo tenemos la interpretación por la vía del sentido, la interpretación que descifraría esta farfulla, se tratará de un sentido más, que el sujeto histérico desechará, Por ello la interpretación que participa de la explicación o de la comprensión, la que hace florecer el sentido nos desorienta con respecto a lo Real.
Y frente a este inconsciente de palabras, de significantes donde unos remiten a otros, nos propone como alternativa, sostenernos en el escollo, la equivocación, el tropiezo, el error. Ya sea este error de orden lógico, fonético, gramatical, de lo que se tratará es de hacer comparecer un decir. Un decir deudor del no hay relación sexual.
Este decir que resuena en la equivocación, tiene valor de acontecimiento. Los significantes que evocan este decir, son los que han capturado la vida de un sujeto.
Estos significantes solamente podrán ser escuchados si el psicoanalista ha abandonado la idea de una interpretación que explica y no pretende aportar un sentido alternativo al del propio analizante. Se tratará de no favorecer la proliferación de significación que puede llegar a rozar tintes delirantes.
Abandonaremos este lugar del Otro como intérprete, y escucharemos esos significantes que tienen un relieve especial, esos significantes que llevan inscritos las tres dimensiones, Real, Simbólico e Imaginario, que son una cifra en sí mismos.
El estatuto de la interpretación se verá afectado. Hablaremos entonces del corte de sesión, de una intervención del analista que será equívoca, que tendrá efectos de resonancia, y en última instancia se tratará de un corte limpio a la manera del cirujano para así obtener un saber de este escollo, de esta equivocación, de esta metedura de pata.
No podremos nunca curarnos del sentido, seguirá existiendo un discurso histérico, y ese síntoma extraído del padre; pero Lacan nos legó el sinthoma con th. En esta nueva escritura del sinthoma se trata de un funcionamiento que insiste, deudor de estos significantes “solos” que mordieron la “carne” y que provocaron un acontecimiento en el cuerpo.
Este funcionamiento que nombramos como sinthoma, no es algo plácido, nos hace padecer y es la fuente de nuestro malestar, a la vez que es esa cifra poética que hace de nuestra existencia algo irrepetible, único, inclasificable.
Se tratará de saber hacer allí, saber desembrollarse, desenvolverse, saber comportarse. Un saber que perderá toda la pregnancia de la erudición para estar a merced de la contingencia y el azar.
Padecemos la enfermedad del lenguaje, pues la palabra más que para la comunicación sirve para el malentendido. La palabra alivia, calma pero también hiere, daña.
Para los humanos no hay relación sexual que se pueda escribir. La sexualidad por el hecho de hablar es una sexualidad sintomática, no hay normalidad en su horizonte.
“No hay relación sexual” que pueda ser escrita, afirma Lacan, y todos lo hemos experimentado, pero esto no basta pues se necesita tiempo para comprenderlo.
Es en este funcionamiento donde se pone en juego lo más propio e íntimo de cada uno, lo singular, como respuesta frente a esta imposibilidad de escritura, frente a este “No hay” indialectizable.
Pero esta existencia singular no puede sobrevivir sin las demás existencias, basta con mirar la fragilidad de ese “mono inmaduro” que somos cuando llegamos al mundo. Necesitamos que alguien nos asista, nos socorra, se incline sobre nosotros.
Solamente sobrevivimos amparados en el azar, en la contingencia del amor.
En el nuevo amor de Lacan, se trata del encuentro entre dos exilios de la relación sexual…, donde esos significantes se conectan, pero no para una armonía y un encaje, no para hacer de dos uno, no para la identificación, sino para sostenerse con otro en esta diferencia que nos hace únicos.
Lacan nos dio las claves para que el psicoanálisis no desaparezca en el mar de las psicoterapias que nos oferta el mercado. En ese bienestar y felicidad para todos, en ese modelo de vida que nos homogeneiza con los otros y a lo único que lleva es al odio y la agresividad.
El psicoanálisis seguirá existiendo si fracasa, si no tiene el éxito que nuestra actualidad promueve, si mantiene vivo este incurable frente a una cura uniformada, si no se degrada en una psicología.
En un momento dado Lacan dice que lo que llamamos mundo son esos sentidos que compartimos con un grupo de seres humanos. Que a veces llamamos nación, patria, otras, familia, amigos, otras incluso Escuela.
Me vuelvo a hacer la pregunta del comienzo: ¿Qué lugar para el psicoanálisis en el mundo?, el de la extravagancia, la rareza. El que se sale de los límites que propone el mundo.
Nuestro horizonte es no dejarnos atrapar en cualquiera de los mundos que habitamos, aunque no desconocemos que somos parte de ellos. Por lo que es inevitable estar atentos cada vez para comprobar si lo que nos aspira como psicoanalistas en nuestra práctica o en nuestra Escuela es el sentido o es lo Real.
Mercedes de Francisco
29 de noviembre de 2023