¿Qué es ser normal?

La autora nos presenta en este texto una interrogación acerca del imperativo de normalidad que se impone en la época actual y realiza un preciso recorrido de su génesis. A partir de allí, elabora interesantes respuestas para comprender las coordenadas de esta exigencia y sus efectos en la subjetividad contemporánea.


Jorge AlemánHe elegido este tema, entre otras cosas, por la frecuencia con la que los pacientes dicen esto en cuanto a su vida. Tanto para adjetivar una conducta como normal o para sancionarla como anormal, rara o patológica. Quizás no les parezca significativo esto que señalo, sin embargo, se ha producido un cambio importante. Antes, los sujetos tenían su malestar o sufrimiento como medida para darle nombre a lo que les acontecía.

Lo normal preside nuestras vidas como horizonte: tener una familia normal, una pareja normal, un trabajo normal; parece una aspiración sumamente extendida. Podríamos decir que éste es uno de los significantes amos de esta época junto con el de felicidad. Ser normales y felices, el sumun de nuestras aspiraciones.

Por ello, me ha parecido interesante detenernos sobre el concepto de lo normal, que parece poseer un significado único para todos.

En primer lugar, señalaremos que el uso y la importancia de esta palabra comienza en un momento dado, no estuvo ahí desde siempre. Canguihem en su libro "Lo normal y lo patológico" muestra cómo pasó a la lengua popular a partir del vocabulario de la institución pedagógica y sanitaria, cuya reforma coincidió con la Revolución Francesa.

Este concepto surge en un momento donde hay una exigencia de racionalización y es el inicio del incipiente maquinismo industrial.

Esto puede servir para comenzar a subrayar aquí la importancia del lenguaje en nuestras vidas. Sabemos ya desde Saussure cómo el habla va transformando el tesoro de la lengua y cómo hay palabras nuevas que surgen y otras que desaparecen según avanza el uso de ellas.

Las palabras tienen un peso sobre nosotros que, a veces, se pierde de vista, y es quizás el peso de este concepto de normal lo que me lanzó a hablar aquí de ello.

Lo normal como la extensión y la exhibición de la norma. La norma se propone como un modo de unificación de la diversidad, de reabsorción de la diferencia. Y aquí habría que hacer hincapié en que proponerse no significa imponerse. Así, lo normal en su relación con la norma deja fuera todo lo que no se regule por ella. Esto que nombramos como a-normal o patológico.

No conviene perder de vista que esto surge del campo educativo y sanitario.

Como nos recuerda Lacan, a veces es necesario que pasen siglos para que un concepto, una palabra, un saber, deje huella en el entramado simbólico y por tanto se extienda.

Desde el origen de este concepto hasta ahora la norma de referencia ha cambiado. El entramado social en este momento está plagado de normativas que organizan nuestra vida cotidiana. Lo normal que nacía en el ámbito pedagógico y sanitario se extendió a los distintos órdenes de la vida, inmiscuyéndose hasta en lo más íntimo. No hay más que observar el número de revistas para el gran público dedicadas a extender esta idea: desde cómo hay que ser padres hasta cómo hay que amar. Se consumen más libros de autoayuda que novelas. Normalizar la vida ya no es una propuesta, es una exigencia que se impone a nuestra existencia.

Y entonces, ¿cuál es la norma que extiende y exhibe este imperativo de normalidad, aunque veladamente? Las sociedades en los momentos de impasses buscan y claman por una organización mejor, sin saber muy bien cuál puede ser ésta; son los sueños que en todas las épocas han tenido las generaciones, y qué mejor ejemplo que lo que está ocurriendo en este momento con el 15-M.

Explicar la organización social con el modelo del organismo, nos dice Canguilhem, en el fondo es soñar, no con la vuelta a sociedades primitivas sino a sociedades animales. De esta manera, ante cualquier desorganización o malestar de lo social el intento es hacerlo retornar a sus constantes.

No solamente se sueña con animalizar la sociedad, también con animalizar a los sujetos, condenándolos a quedar reducidos a organismos vivos, despojados de lo más humano que tienen: la palabra.

La explicación genética neuronal va asociada a una psico-pedagogía cuyo elemento regidor es la adaptación en sus múltiples declinaciones. La adaptación al medio para la supervivencia, como en el mundo animal.

Pero, ¿qué supone esto para un sujeto? Cada vez más, la sociedad se regula de acuerdo a normativas, por tanto cualquiera que no cumpla con esta norma, eugenésica-genetista o adaptativa, pasa a ser un infractor. No se contempla que en esa categoría de normal hay algo que se deja fuera, algo diferente que no se puede incluir, ya que entre otras cosas esta idea de normalidad homogeneiza a los sujetos.

Parece que se quiere un bien, el de la salud para todos y el que no acepte esta cuestión se le considera un infractor al que no sólo se le "puede", sino que se le "debe" denunciar. Salud, fisiológica y mental, por supuesto.

Si habéis seguido hasta ahora la lógica de este entramado podréis deducir fácilmente a qué lleva todo esto. Si se trata de mantener las constantes, retornar al estado anterior, mantener la homeóstasis, el mínimo de tensión, es fácil deducir que esto no es muy posible para un ser hablante, sexuado y mortal, entonces cada vez más se convierte en patológico cualquier cosa que experimente. Desde el duelo y la tristeza por la pérdida de un ser querido, hasta una pasión amorosa o un malestar creador.

Los hombres y las mujeres no podemos quedar reducidos a la fisiología del organismo. Para nosotros se trata de un cuerpo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo. Pero este goce no se puede confundir con el placer, si definimos éste como la tendencia a llegar a un nivel mínimo de excitación, lo que hace desaparecer la tensión. "Lo que yo llamo goce en el sentido en el que el cuerpo se experimenta, es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto, incluso de la hazaña", nos dice Jacques Lacan.

La influencia de la ciencia y los avances tecnológicos han hecho pasar de la clínica de la escucha a la clínica de la mirada, como señalaba Foucault, y esto ha llevado a invadir con la técnica y sus instrumentos de cálculo y medida, con sus estadísticas y protocolos que la acompañan, el campo de la medicina y la clínica. Desde luego, con el auge de la ciencia, el médico, convertido en un científico fisiologista que distribuye fármacos, perdió el lugar que tenía tradicionalmente. Freud con su invención del psicoanálisis da un lugar a esta demanda que el médico cada vez menos está en condiciones de escuchar.

Una demanda que se diferencia del deseo. Uno puede pedir curarse de algo y, sin embargo, estar aferrado a su enfermedad. No solamente a nivel de la relación médico-enfermo, sino en cualquier situación vital, por el sólo hecho de hablar y por tanto de la existencia del inconsciente, lo que uno pide en muchas ocasiones no coincide con lo que desea. Esto se constata a diario en la experiencia analítica. A veces esto puede llegar a hacer inviable el trabajo analítico.

Me atrevería a decir que se ha sustituido el par salud-enfermedad por el de normal y patológico. Lo normal referido a la norma, cabe preguntarse cuál: la de reducir el cuerpo gozante de un sujeto -cuyo goce está anudado a esas primeras palabras dichas por el Otro- a su fisiología. Si se lee la lista de trastornos que clasifica el DSM IV, se ve que lo que antes pertenecía y se consideraba parte de lo humano ahora se considera patológico. Pero, ¿por qué? Porque son los síntomas, los afectos, los malestares, los que no permiten a un sujeto quedar reducido a la pura animalidad. Y esta patologización de la vida va unida a la producción de fármacos que se recomiendan para cada una de las a-normalidades.

En realidad, como se puede ir viendo no se trata de una norma muy explícita, pero sí una norma que se impone -no se propone- junto con sus productos químicos y sus respuestas psicológicas cognitivo-conductual. Muchos pacientes saben y comprueban una y otra vez que los fármacos no les sacan sus problemas, y los médicos saben esto mismo, pero nada cambia. Protocolos de evaluación, estudios estadísticos, tratamiento de modificación de la conducta. Si un sujeto no es muy dado al lazo con los otros, tiene que adaptarse y fomentarlo, incluso uno de los últimos estudios científicos ha concluido que tener relaciones sociales previene la demencia. Por tanto la norma es tener muchas relaciones sociales. ¿Importa algo que el sujeto quiera otra cosa?, ¿importa algo aquello que lo diferencia del resto, su singularidad, incluso en su manera de hacer síntomas?

Evidentemente, si quedamos reducidos a nuestro puro ser vivo, si volvemos a una época prefreudiana, quedan afectadas muchas esferas de nuestra vida: nuestra relación con la palabra, con la verdad, con la muerte, con la sexualidad, con el amor. Ha habido un retroceso, casi imperceptible, en los años ´70 y coincide con la liberación de la mujer, se consideraba la cuestión de tener hijos como algo del orden de la elección, ahora las mujeres hablan de ello en términos de instinto, tengo o no instinto materno. También, ocurre esto cuando se habla de los posibles síntomas en el campo de la sexualidad: la impotencia y la eyaculación precoz en los hombres y la frigidez en las mujeres; incluso entre mujeres jóvenes universitarias se considera como algo que es así, a unas les pasa y a otras no, como si fuera tener el pelo rubio o moreno, como si se rigiera por las leyes de la genética. Esto, además de llevar a un adormecimiento e inmovilismo en los sujetos, lleva aparejado una falta de responsabilidad y una renuncia a ser los autores de sus vidas. Conlleva a una servidumbre extrema, pues si todo lo que nos ocurre, incluso el amor que parece estar más cerca de la poesía, responde a leyes de la genética, entonces ¿dónde quedan las palabras que afectan nuestro cuerpo y nos llevan a amar a uno y no a otro?

Cuando algunos de los sociólogos hablan del amor líquido esto está en juego, el sujeto se pierde entre esos cuerpos propuestos como mercancías, donde se puede ir de uno a otro y a otro, ajenos a lo que realmente provoca nuestro deseo, primer escalón de la posibilidad de saltar al amor. Donde ya no se trata de algo intercambiable, ni productivo, ni con fecha de caducidad. Varios libros han surgido en este sentido como defensa, elogio del amor, en este último tiempo, debe ser porque como decía Freud, uno de los síntomas de una sociedad en decadencia es cuando el lazo amoroso pierde su valor.

Cada protocolo de evaluación, cada formulario que rellenamos, supone un consentimiento a esta norma no explicitada. Vamos consintiendo a esta homogeneización que no solamente deja fuera nuestras diferencias sino que las transforma en algo del orden de la infracción (algún síndrome tipificado en el DSM). Nuestra singularidad nunca podrá ser normal en este sentido del que venimos hablando, si la mantenemos es porque todavía no hemos aceptado igualar nuestra existencia a la de una rata o un perro. Por eso quizás se explique que los sujetos cuando se dirigen a un analista para hablar de lo más íntimo y propio, no puedan dejar de comparar al principio eso que les ocurre con lo normal, para justificarse: esto que me pasa es normal, y si no fuera normal, ¿qué pasaría?

No sabemos el alcance que esta homogeneización y servidumbre, qué traerá consigo en generaciones venideras esta concepción del sujeto, ni qué respuesta darán los sujetos educados bajo la norma del modelo estímulo-respuesta, bajo el control férreo genético-neuro-fisiológico. Ojalá estemos a tiempo de despertar…

Mercedes de Francisco

Publicado en Revista Consecuencias nº 7. Este texto fue presentado en el ciclo “Paradojas de la Salud Mental” realizado en el Instituto del Campo Freudiano de Granada en 2011.