Este año se celebra el centenario del nacimiento de Marguerite Duras, mi encuentro con esta autora se produjo en dos momentos, el primero fue por el regalo que me hizo un amigo de su libro Outside, recopilación de pequeños textos periodísticos, y más adelante fue el impacto del Homenaje a Marguerite Duras de Jacques Lacan.
Este Homenaje era como un jeroglífico, donde en cada párrafo había una incógnita que desentrañar.
Primero Lacan hablaba de otra Marguerite, la del Heptamerón, mostrando lo común entre ellas, pero a la vez su radical diferencia. Pues Duras, aunque haga presente la imposibilidad casi cortesana cuando nos habla de amor, no la aplaca con ninguna recomendación moral, como si lo hace Marguerite d’Angoulême.
En un permanente juego de “a tres” Lacan se adentra en “El arrebato de Lol. V. Stein” para mostrarnos cómo quedamos arrebatados por Marguerite Duras, cómo ella es nuestra raptora y nos deja prendados de la relación de ella con sus personajes.
Y Lacan concluye diciéndonos que M.D. a través de sus criaturas testimonia de las bodas imposibles que el fantasma pretende realizar. Dejo para más adelante la apasionante tarea de adentrarme de nuevo, habiendo pasado los años, en este Homenaje.
Una de las últimas publicaciones sobre Marguerite que he leído es la entrevista realizada por Leopoldina Pallota, editada en Seuil, “La passion suspendue”. Este reciente y renovado encuentro con Marguerite, no ha sido tanto a través de su escritura como de su voz transcrita al papel. Duras habla de su infancia sobre todo de su madre, su militancia en el PCF, del amor, de los hombres, de las mujeres, de la escritura, del cine…
En otro de sus textos nos cuenta cómo Lacan la llamó a las tres de la madrugada para decirle, entre otras cosas, que había leído “El arrebato de Lol. V. Stein” y que “ella sabía sin él lo que él enseñaba”, y Marguerite nos dice que no comprendió lo que Lacan quería decirle, pero que a partir de ahí se sintió con “el derecho a decir”. Un verdadero encuentro que como tal no tiene nada que ver con la comunicación, ni la comprensión, ni la concordancia…
¿Cómo era posible que una escritora como ella, antes de esta intervención de Lacan no se sintiera con el derecho a decir? Esta es una pregunta abierta para la que, por ahora, no tengo respuesta; pero de lo que sí estoy segura es que este “derecho a decir” tuvo repercusiones en su vida y en su escritura.
Una escritura donde el vacío y lo imposible mantiene un lugar privilegiado cuando se trata de la pasión amorosa. Donde lo inacabado y lo fragmentario forma parte activa del escrito y de la cual Duras es claramente consciente.
Los relatos están marcados por “el soplo”, como ella lo nombra, de esos recuerdos que de manera fulgurante aparecen. Su tarea de escritora nunca estuvo regida por el orden cronológico del relato, aunque desde el comienzo ha sido una literatura marcada por su singular biografía. Son fragmentos que se enlazan unos con otros manteniendo el silencio y vacío entre ellos que no nos permite casar la causa y el efecto.
Incluso nos llega a decir que estos fragmentos son lo más parecido al texto de los sueños, sin por ello incluirse como escritora en el proyecto del surrealismo.
Para M. Duras vida y obra se enlazan, no solamente porque su obra se nutra de los hechos de su vida, sino porque su forma de escribir y lo que ella implica, marca su forma de estar en el mundo.
Su posición contra todo poder que enclaustra el deseo, su alegato a favor del desorden, su amor al azar, su insistencia en mostrar que la pasión conlleva el acontecimiento en el cuerpo, única forma de rescatar lo más singular de la existencia; hacen de ella una escritora inigualable y que rompe con cualquier canon.
En la entrevista antes mencionada, hablando de sus encuentros con Jacques Lacan, nos dice que Lacan tenía el empeño en que el artista desbrozaba el camino a los psicoanalistas. Por su respuesta, no parece que esto incrementara su vanidad y, sin embargo, en distintos momentos de la entrevista podemos encontrar eso que Lacan nos enseña.
Desde luego, su decir lo ejerce con pleno derecho, en ninguna de sus respuestas trata de conseguir la connivencia del otro. Ni de los políticos, ni de los escritores, ni de sus amantes, ni de sus amigos. Esta valentía es algo admirable y tan necesaria en esta época que tiende a encerrarse en lo mismo, lo homo.
Sus novelas y su vida dan cuenta del amor que ha profesado a los hombres y con respecto a ellos cuando la periodista le pregunta que les reprocha su respuesta es ésta: “que es necesario amarlos mucho para soportar su necesidad de intervenir, de hablar, de interpretar todo lo que pasa en relación a ellos”, se hace patente el indudable amor que les ha profesado. Evidentemente un amor nada “higiénico” y ordenado pero sin duda intenso.
Y sobre la mujer M.D. nos dice: “una mujer consciente e informada es ya una mujer política: a condición que ella no se encierre en un gueto haciendo de su cuerpo el lugar del martirio por excelencia”, me parece una respuesta en condicional como el condicional que preside su escritura y que hace que el soplo de lo inacabado relance nuestro deseo y a la vez nuestro decir.
Marguerite Germaine Marie Donnadieu, con su vida nos permite asomarnos a una manera radicalmente singular y sin concesiones de afrontar la propia existencia.
Quisiera terminar con su respuesta a la pregunta “¿usted cree en el azar?: me gusta sentirme parte del gran juego: incapaz de controlar o de prever el curso de las cosas. La enfermedad de la gente, yo pienso que nace ahí, de la conciencia trágica de que no están a la altura de lo que querrían, ser árbitros de su propia vida”.
El nacimiento de M. Duras en 1914, coincide en el año, con el de mi querido Julio Cortázar y ello es “un azar” que merece ser celebrado.
Mercedes de Francisco
Publicado en La Brújula nº 324.