La enseñanza imposible


Como nos recuerda Jacques-Alain Miller en su curso de orientación lacaniana “Todo el mundo es loco”(1) no podemos encontrar un manual de orientación para implementar la enseñanza en nuestras Escuelas. No podemos encontrar nada homogeneizante que nos marque el camino.

Entonces, ¿qué aportar en esta Conversación sobre la Enseñanza de la Escuela y en la Escuela?, solamente los ecos en mí de ciertas afirmaciones de Lacan y de Jacques-Alain Miller.

En los textos recogidos en el libro “Mon enseigment”(2) de los años 1967 y 1968, Lacan plantea la diferencia entre enseñanza y saber que me parece digna de tener en cuenta.

La enseñanza con su deriva pedagógica se sostiene en el dominio de una verdad no variable, una verdad que aspira a una universalidad y a un “para todos” que se aleja de lo que sería el discurso analítico.

Como nos muestra Miller en el capítulo “Brújula de la última enseñanza” del curso “Todo el mundo es loco”(3), la enseñanza está anudada al dominio y el discurso analítico no organiza el mundo, no es una visión del mundo, no puede dominar. Nos enfrentamos cuando hablamos de la enseñanza en la Escuela a la paradoja de cómo enseñar lo que no se puede enseñar. ¿cómo hacer con este imposible?, ¿cómo seguir “haciendo psicoanalistas” que estén a la altura del psicoanálisis, que sostengan su existencia? Existencia que no está asegurada en el tiempo, ni en el para todos.

Considero, entonces, que la primera cuestión de la que debemos desembarazarnos es de una pretensión de “dominio” sobre lo que se enseña que iría en contra de nuestro propio discurso y que hace resonar la afirmación de Lacan en la Dirección de la Cura que la impotencia frente a una praxis se resuelve con el ejercicio de un poder. Nuestro intento de enseñar psicoanálisis está indisolublemente ligado a la experiencia analítica y si este anudamiento se deshace caeríamos fácilmente en el terreno del discurso universitario. Es por ello que muchos de los filósofos, literatos, sociólogos que se acercan a las aportaciones de Jacques Lacan y no contemplan ni consideran como elemento fundamental en su abordaje una experiencia analítica se alejan de este imposible que hace al discurso analítico.

Quizás esto nos permite entender mejor la afirmación de Lacan de que él no hablaba a su auditorio como psicoanalista sino como analizante. Es así como incluye la experiencia del análisis, lo singular y lo imposible en su transmisión y la sostiene en el punto donde el discurso se agujerea.

¿Cómo hacer para que nuestra enseñanza no tapone este agujero, que en un momento dado Lacan nombra como la imposibilidad de la relación sexual? ¿Cuáles son las inercias en las que el ser-hablante se enreda y frente a las que ninguno estamos a salvo?

Lacan nos advierte que somos aristotélicos aún sin saberlo. La lógica aristotélica se sostiene en el universal, en el para todos y por ello es adjetivada por Lacan como lógica macho. La tendencia del lenguaje a “para todear” no es lo que más le conviene a nuestro discurso. Por un lado es Lacan en su lectura de Freud quien nos habla del sujeto que está inmerso en la lengua, es el que rescata en los textos freudianos la importancia de los significantes, de lo que se dice, pero a la vez, según avanza en su enseñanza, muestra la importancia del agujero que el mismo discurso nos hace patentes a la hora de escribir la relación sexual. El troumatismo, ese trauma producido en la juntura entre la lengua y el cuerpo a la que una experiencia analítica nos acerca, es el apoyo de nuestra transmisión del psicoanálisis. Sabemos que estar a la altura de esto no es fácil y que la deriva a caer del lado del discurso universitario es una tentación difícil de apartar.

Es por ello que la Proposición del 9 de Octubre de 1967 es una invención de Lacan que está vinculada íntimamente a este problema de cómo enseñar el psicoanálisis. La existencia del gradus de A.E. en la Escuela fue una forma que tuvo Lacan de agujerear la institución analítica. Más allá del éxito en la tarea de transmisión que nuestros colegas Aes tengan y los obstáculos que la Escuela en su deriva burocrática puede ponerles durante los tres años que dura su función, este grado es una manera de recordarnos que un saber que no está encarnado, que no se desprende, que no se anuda a nuestro sinthoma se convierte en el saber “esclerosado” de la universidad.
“Por ofrecerse a la enseñanza, el discurso psicoanalítico lleva al psicoanalista a la posición de psicoanalizante, es decir, a no producir nada que se pueda dominar, a pesar de la apariencia, sino a título de síntoma” extraído de Lacan en su Alocución sobre la Enseñanza en los Otros Escritos.

La enseñanza de Lacan es una verdadera subversión del conocimiento y de las academias que por un lado pretenden dominar el saber como tal y por otro ejercer un dominio, es decir servir al D. Del Amo. Lacan se encargó de advertir a los psicoanalistas de la deriva de sus instituciones a ejercer el poder tanto en la dirección de la cura como en la formación de los psicoanalistas. Nosotros por considerarnos lacanianos no estamos inmunizados frente a esto.

Por ello es importante preservar el imposible alentando el estilo de cada uno. Cuando la Escuela se refugia en el automaton de su confort institucional y empiezan los fenómenos homogeneizantes es una señal de alerta. Sabemos de lo difícil que es para cada uno conseguir escabullirse de las fauces de la lógica fálica, que implica este para todos con su inevitable excepción, pero no en el sentido de lo excepcional de cualquier humano, sino como sostén de los fenómenos segregativos; también sabemos de lo incómodo que resulta “no enmascarar” lo “propio” frente a los otros y a nosotros mismos; pero si esta deriva se afianza nos alejaremos de una enseñanza que se sostenga en el discurso “analítico”.

Jacques-Alain Miller ha hablado estos últimos meses de la cuestión de la Herejía y los herejes en la Historia y en relación al Campo Freudiano. No considero que sean muchos los que se puedan incluir en esta categoría con respecto a Jacques Lacan, si es que hay alguno, entre otras cosas porque la transmisión de Jacques Lacan no estuvo presidida por una ortodoxia lo cual creo que hace difícil ocupar el lugar del hereje con respecto a ella. Considero que esta cuestión es muy interesante y nos recuerda la deriva burocrática que toman nuestras instituciones y más cuando tienen solidez y duran. Es esta paradoja la que nos lleva a una tensión inevitable que en el caso de la Escuela Freudiana de París, Lacan resolvió con su disolución.

Desde los años que impartía Lacan sus Seminarios hasta ahora hemos atravesado unas transformaciones vertiginosas en el mundo y en nuestras vidas que son difíciles de analizar. Pero considero que en este momento que el discurso capitalista en su anudamiento con la tecno-ciencia lleva a la ruptura de los lazos, mantener lo construido y sostenido entre todos es lo más subversivo, lo que por otra parte no quita que la variedad en el sentido lacaniano se haga presente en nuestra Escuela. Esta variedad que a la vez muestra la fijeza del goce, ese hilo que atraviesa nuestra existencia y que la hace singular, única y excepcional. No somos intercambiables, es importante que haya nuevas generaciones y que las antiguas continúen, es importante que consideremos a cada uno en su “incomparable existencia”, lo cual nos permitirá estar mucho más aliviados del peso de la repetición también cuando nos abocamos a enseñar. Fue para mi impresionante encontrarme con la afirmación tan cierta de Lacan, que en todos los años de su enseñanza nunca se había repetido. No es una promoción de lo nuevo al estilo de los programas de marketing de nuestro mundo sino una afirmación que cada lector de Lacan comprueba. ¡Qué admirable!

¡Que demostración en acto de lo que implica tanto en la experiencia analítica como en la de enseñanza rescatar la contingencia de la repetición que nos devora!

Pero, sinceramente creo, que podemos sacarnos de encima esta idea tan sostenida por el discurso del Amo de que cualquier cosa que se salga de la carretera principal llevaría a cuestionar o a poner en peligro la institución.

No debe ser casual que en el texto Mi enseñanza, Lacan plantee que toda sociedad, la de otros tiempos y la actual es una locura. Todos deliramos, para dar esa cuota de sentido al sin-sentido que nos aqueja como humanos. Ya sea un delirio común que esté avalado por el D. Del Amo y que haya pasado por los circuitos de la educación, o un delirio privado…todos deliramos. Este universal que paradójicamente incluye la diferencia, porque cada delirio es diferente y único, incluso los derivados de la función del N. Del Padre, es una de las cuestiones que nos pueden permitir subvertir nuestras instituciones.

Cuando en el Seminario XXIII, El Sinthome, Lacan inventa el neologismo folisofía como alternativa a la filosofía y anuda con ello locura y saber, o cuando en ese mismo Seminario nos habla de su pesadilla con Freud, donde aparece el significante horroroso para nombrar lo que supone servirse del padre para pasar de él…puedo leer una aspiración que no afecta solamente a la política de nuestras instituciones sino también a la relación que desde el psicoanálisis vamos a tener con respecto al discurso del Amo, en su transformación capitalista, al discurso universitario…y por tanto a la política como forma de organizar nuestra vida en común.

El otro día encontré una frase de Cortázar con la que me gustaría terminar mi intervención: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”

Mercedes de Francisco

Conferencia dictada en III Encuentro de Elucidación de la Escuela Bilbao. Texto publicado en "La Colección" de la ELP nº 12.

(1) MILLER, J-A. Curso de orientación lacaniana Todo el mundo es loco. Paidós, Buenos Aires 2015
(2) LACAN, J. Mon enseigment. Seuil, París 2005
(3) MILLER, J-A. Curso de orientación lacaniana Todo el mundo es loco, capitulo Brújula de la última enseñanza. Paidós, Buenos Aires 2015.