Lo que cambia y lo que no al final de un análisis

Freud, en sus últimos años se preguntaba si un psicoanálisis era terminable o interminable. No se trataba de una pura preocupación por el tiempo de su duración, sino por ubicar qué tendría que haber conseguido el paciente con respecto a sus padecimientos y a lo que ponían en juego.

Freud en su texto Análisis Terminable e Interminable expuso algunos de estos escollos, piedras en el camino para llegar al fin de un análisis. Uno de esos puntos de dificultad lo encontró en el tema de la repetición y de la pulsión de muerte, y aunque consideró posible llegar a cierta resolución con respecto a la llamada protesta viril en el hombre y envidia del pene en la mujer, concluyó que tanto para hombres como para mujeres la máxima dificultad para llegar al fin de una experiencia analítica era resolver, erradicar el rechazo a lo femenino.

Considero que Freud cuando hablaba de interminable apuntaba a lo incurable que encontramos en la propia cura analítica. Justamente nuestra diferencia con las psicoterapias por la palabra, es que tenemos a lo incurable como brújula en nuestra práctica.

Otra manera de decirlo sería la del título que habéis elegido para este encuentro “lo que no cambia”...en un psicoanálisis es lo que nos guía.

Lacan frente al problema del final de un análisis inventó una nueva práctica que es la del Pase. Donde la transmisión de estos problemas candentes está en juego. Es Jacques-Alain Miller quien abre el paso a un trabajo de transmisión a la Escuela que va más allá de la transmisión al cartel del Pase. Los resultados de esta práctica, a través de los testimonios de los AE, se dirigen a la comunidad y pasan las fronteras de lo privado.

Tanto Freud como Lacan, mostraron la importancia para el humano de su relación con la palabra, este hecho que nos hace diferente de cualquier especie animal y que nos obliga a una relación con el Otro de dependencia desde los primeros momentos de nuestra vida. Esta palabra nos habita, marca nuestros cuerpos y hace que gocen, es el medio del que nos servimos en nuestra experiencia. Esta cura por la palabra paradójicamente nos llevará a comprobar que la palabra “enferma”. Enferma en el sentido que hace aparecer lo sintomático. Esas paradojas y contradicciones que atraviesan nuestras vidas.

Gozamos pero de manera paradójica, pues este goce será un compendio de eros y tánatos, será del orden del exceso y el gasto y no del equilibrio. Desearemos, pero primero nuestro deseo estará alienado al deseo del Otro y además tendremos diversas formas de defendernos de él: a la manera histérica dejándolo insatisfecho, será siempre el deseo de otra cosa, a la manera obsesiva convirtiéndolo en imposible…etc. Hablaremos, pero con la palabra que parecería el más sofisticado de los instrumentos de la comunicación, estaremos en un malentendido no erradicable. Nos identificaremos pero será a eso que no nos agrada del Otro…envidiaremos lo que no nos servirá para nada con tal de que el otro no lo tenga, con la destrucción que conlleva. Nos aferraremos a un ser claramente fantasmático para darnos algo de identidad; nuestro ser sexuado será un motivo de desazón y síntoma, y nos obligará a afrontar un no-saber radical del que trataremos de escabullirnos con identificaciones, técnicas sexuales, experiencias múltiples de goce que no harán más que profundizar la brecha. Existirá una tensión entre las acciones marcadas por la precipitación y un acto que suponga un antes y un después en nuestra vida. La repetición presidirá nuestra vida y nos hará creer en un destino, velando lo imprevisto y el azar sin ley. Seremos un sujeto dando bandazos entre los significantes, representados por ellos, a la vez que dividido por ellos.

No seguiré enumerando, quería hacer una escueta pincelada sobre lo que Lacan nombró como parlêtre, Ser hablante y sus consecuencias.

Pero si estas son las consecuencias por el hecho de hablar y esto es incurable, y no hay vuelta atrás ya desde el momento que somos arrojados al mundo, podríamos llegar a dudar de que algo cambie después de una experiencia psicoanalítica. Y este cuestionamiento con respecto a nuestra práctica es la que nos hace avanzar y seguir trabajando. Por ello el dispositivo del Pase en nuestras Escuelas es fundamental para indagar estos problemas y los AE de la Escuela nos dan testimonio de los cambios y de lo incurable en su vida y que Lacan llamó sinthoma al final de su enseñanza.

A través de los dichos en un análisis se van desbrozando las tramas de nuestras identificaciones, de la realidad que hemos construido con el mimbre de nuestro fantasma, nos encontraremos con la repetición y el automatón que nos llevan al mismo lugar, ahondaremos en las condiciones de nuestras elecciones amorosas y ese saber que se va produciendo nos permitirá despejar algunas cuestiones, pero esto ¿será suficiente? Esta mejoría “terapéutica” que podemos experimentar desde el principio, por el solo hecho de dirigirnos al analista al cual suponemos un saber, no bastará para llegar a atisbar ese incurable que responde a la marca de nuestra existencia irrepetible.

Hay que tener coraje para seguir más allá y es necesario que el analista acompañe esta travesía. Si el sujeto está dispuesto y el analista interviene sostenido por esta orientación a lo real, de la que hablamos con frecuencia, esto será posible y nuestros Aes testimonian de ello.

Lo real, lo imaginario que implica la consistencia del cuerpo, y lo simbólico será el anudamiento que hace a los troumains, neologismo que inventa Lacan entre la palabra humano y agujero. Lo real sería eso que se resiste a pasar a la palabra, eso innombrable, imposible de escribir. Por lo que cada vez que intentamos nombrarlo de alguna manera lo traicionamos, por ello Lacan en su ultimísima enseñanza como la nombró Miller, intenta hacer con los objetos topológicos y mostrar cómo la resistencia que oponen a su manipulación es un ejemplo de ello.

El analista orientado por lo real, intervendrá con el equívoco y sobre todo con el corte de la sesión sobre ese litoral que marca esa imposibilidad cada vez que hablamos, y es de esta manera como el sujeto se irá confrontando con esta imposibilidad. Esto necesita tiempo.

El analizante irá haciendo la experiencia de que el saber obtenido en el transcurso de su análisis no es suficiente para hacerle salir de la “iteración”, como lo nombra Jacques-Alain Miller, de un goce experimentado en el cuerpo.

Encontraremos distintas marcas traumáticas que han quedado escritas en el cuerpo y que incluso afectan a su imagen y a su forma y que de alguna forma son secundarias y efecto de esa marca inaugural que se produjo en ese primer encuentro entre nuestro cuerpo y la palabra. Esa primera marca cuyo eco se hace sentir a lo largo de nuestra existencia. Pero de esa primera marca ya no podremos encontrar causa alguna, será más bien, la experiencia del puro azar, del real, y con ello no hay saber que nos asista. La única posibilidad que queda, pues la hay, es hacer un uso de ella cada vez. No se trata de un “saber hacer”, ya que esto remitiría a una técnica y a un saber que se posee, sino de un saber hacer ahí, en el momento de la contingencia, para el que no tenemos ninguna preparación.

Es así como el analista interviene…aprovechando las contingencias en el decir del paciente cuando surgen, a través de los lapsus, las contradicciones, los sueños, etc.…

A partir de esta marca sin-sentido de la existencia, el sujeto caminará más ligero de equipaje, y sostendrá y se sostendrá en esto que le tocó.

Mercedes de Francisco

Conferencia impartida en la Scuola Lacaniana de Psicoanalisi del Campo Freudiano de Torino, el 9 de febrero de 2018.