Amor e Histeria


Empezaremos por plantear que para el psicoanálisis el sujeto histérico no solamente abrió el camino del inconsciente y de la cura por la palabra, cuando aquellas “magníficas” histéricas le pidieron a Freud que las dejara hablar, sino que también puso en primer plano el amor de transferencia hacia el analista. El sujeto supuesto saber se sostiene en esta formulación que en una entrevista Jacques-Alain Miller rescata: “a quien le supongo un saber sobre mi ser le amo”. Vemos así ya desde el comienzo de esta práctica inédita que inventa Freud, el inconsciente, el saber y el amor articulados. Estos tres términos serán el pilar fundamental del título y de los desarrollos del Seminario XXIV de Lacan del año 1977: “Lo no sabido que sabe por la equivocación se ampara en la morra. C’est l’amour”.

La enseñanza de Lacan desde su comienzo hasta el final, está atravesada por su abordaje del amor y también de la histeria. Uno de estos primeros textos con respecto al famoso caso Dora de Freud, “Intervención sobre la transferencia”, anudan estos dos ítems. Dora pondrá el dedo en la llaga sobre lo que esconde esa escena de a cuatro, entre su padre, la señora K (amante del padre), el señor K (marido de la Sra. K), y ella misma. Esta escena era estable hasta el momento que el Sr. K declarando su amor a Dora, pronuncia la famosa frase, “mi mujer no es nada para mí”, y Dora responde a la declaración amorosa con una bofetada. A partir de este momento Dora no está dispuesta a seguir sosteniendo esta escena libidinal. Lacan releyendo el caso freudiano introduce algo fundamental: “la responsabilidad de ella misma en esto que denuncia, su implicación, su complicidad”. Hay una satisfacción que se puso en juego para Dora en el sostén de este cuarteto. Es esta una primera indicación clínica con respecto a la histeria, su queja desconectada del goce que la sostiene y el momento donde esto se quiebra.

En este texto, el acento de Lacan está puesto en el abordaje por parte del psicoanalista, en este caso Freud, y lo que fue su obstáculo para llevar adelante la dirección de la cura.

En la histeria se pone en juego la pregunta de ¿cómo se es una mujer? O ¿qué es una mujer? Lacan planteó a partir de su Seminario XX que esta pregunta llama a una definición inexistente. En este intento de definición, el sujeto histérico, pondrá a la Otra mujer como la que tiene la respuesta de ese enigma que es para ella lo “femenino”. Esta admiración que Dora nombraba “como ese cuerpo blanquísimo de la Sra. K”, ubicaba en el cuerpo de la otra mujer la respuesta a esa definición imposible. Pero el abordaje de la histeria hacia esa Otra pasa en muchas ocasiones por la vía de la identificación al hombre, en el caso de Dora, a su padre amante de la Sra. K. ¿Y a qué del padre? a esa forma de goce que ella conoce por las confesiones de la Sra. K sobre la sexualidad entre ellos, donde la práctica del cunnilingus derivada de la impotencia del padre toma toda su relevancia, y queda metaforizada para Dora en este síntoma de la tos y la afonía…

Se juega para el sujeto histérico una mediación masculina para el abordaje de esta Otra. Llevada por la pregunta sobre en qué consiste ser mujer, el sujeto externaliza la respuesta y se aleja de las propias condiciones de su feminidad y de ese goce suplementario que no se subsume en la horma fálica.

Pero en todo esto, ¿donde estaría el amor?, en un primer plano un amor al padre tornado en identificación…pero tanto ese amor, como esa identificación sintomatizada deja de lado el goce singular de una mujer.

Durante mucho tiempo hemos puesto el acento en la cuestión del deseo en la histeria, donde el sujeto se empeña en mantener este deseo como insatisfecho. Pero Lacan se encargó de mostrar que esta característica es lo que define al deseo mismo, pues el deseo es siempre deseo de otra cosa. Lacan irá un paso más allá y subrayará que se trata en realidad de un tipo de goce que se caracteriza por ser un goce de la privación. El sujeto histérico se satisface de la “privación” del goce que puede obtener con la mediación del encuentro con el hombre, con la mediación fálica. Este rechazo de lo fálico es lo que le permite a ella negativizar su posible goce femenino privándose de él y haciendo depositaria de dicho goce a la Otra.

Lacan, en su Seminario XVII, formaliza cuatro discursos, el del amo, el histérico, el universitario y el psicoanalítico, mostrando en cada uno de ellos cómo se da el lazo con los otros. Me gustaría remarcar la importancia de este salto, de considerar la histeria desde su aspecto psicopatológico a considerarla como un tipo de lazo con los otros. Si el discurso del amo es equivalente al funcionamiento del inconsciente y lo que deja opacado es al sujeto, en el caso de la histeria es el sujeto el que toma las riendas y dirigiéndose al amo le hace producir un saber que no podrá dar cuenta de su goce.

Es así, como Freud con Dora, confundido con el lugar del amo y del padre, construye un saber que ella rechaza pues resulta impotente frente a su goce. El sujeto histérico querrá conseguir del analista esas formulaciones para luego considerarlas “insuficientes”, equivocadas. Se tratará de un saber impotente.

A partir del Seminario Aún Lacan, va a conectar la cuestión del goce y del amor y hará una diferenciación fundamental entre el goce fálico y el goce femenino. Aunque la mujer participe de lleno en la lógica fálica, no todo en ella queda subsumido en dicha lógica. Hay una conexión de La mujer tachada, o inexistente, con el significante que falta en el Otro, ese significante que con su inexistencia no nos permite escribir la relación sexual. No sabemos cómo hacer con el otro sexo…no tenemos una escritura que nos guíe. Esto es nombrado como “la relación sexual es imposible”. Esta imposibilidad, esta inconsistencia del Otro que no se puede confundir con la incompletud, es por lo que hablamos y amamos.

Para la mujer goce y amor van de la mano. Lacan plantea que no hay relación sexual pero sí posiciones sexuadas, donde de un lado tenemos el lugar hombre y del otro el lugar mujer. A partir de aquí se produce un salto fundamental, las posiciones sexuadas no solamente se abordarán en relación al falo, sino que entrará en juego el cuerpo y este goce que se experimenta en él y que hace su presencia en el mundo por la existencia del cuerpo femenino. La imposibilidad afectará al saber, al amor, al cuerpo.

Frente a esta imposibilidad de la relación, frente a este vacío, el amor funciona como suplencia y abre la posibilidad de encuentro entre los sujetos. Es por ello que es un afecto engañoso con respecto a lo imposible, es por un momento lo que suspende la imposibilidad, lo que nos hace creer que la relación existe. Son tan diferentes las posiciones sexuadas de hombres y mujeres que nos resulta “milagroso” que se produzca el encuentro amoroso entre ellos.

¿Y qué podemos decir de la relación de la histeria con lo imposible? Y en cuanto al goce, ¿cuál es la respuesta del sujeto histérico frente a ese goce nombrado por Lacan como goce femenino, experimentado en el cuerpo y que no pasa por la medida fálica y por tanto tampoco por la palabra?

La deriva histérica para una mujer, le hace “hacer de hombre”, colocarse en el lado masculino, apartando así los ecos singulares en su cuerpo de ese goce femenino que se podría alcanzar por la mediación de ese hombre que porta el órgano. Una serie de síntomas surgen de este rechazo, la frigidez en los encuentros sexuales, la apatía con respecto al deseo sexual, etc.

Lo sintomático para la histeria con respecto a este goce femenino que rechaza y con el que no se lleva bien la lleva a sustituir esta imposibilidad por la impotencia; la impotencia del padre, la del analista cuando pretende estar en posesión de un saber. Y, lo que supone transformar la imposibilidad en impotencia es tener en el horizonte un Otro potente, consistente, y un saber que pueda dar cuenta de todo. Es por estas cuestiones, entre otras, que Lacan considera al discurso de la histeria en sintonía con el discurso científico. Para la ciencia no hay nada imposible, lo que no sabe hoy lo sabrá mañana.

La histeria convierte este goce positivo experimentado en el cuerpo en un goce negativizado a través de la privación. Privándose de los encuentros con hombres aleja la posibilidad de experimentar ese goce en el cuerpo.

Lacan nos advierte de la dificultad desde la posición macho de acceder a un amor que no se sostenga en el fantasma, un fantasma que implica lo mismo. La dificultad para gustar de las mujeres, es decir de lo hetero por excelencia, de la diferencia, tanto para ellos como para ellas se sostiene en el fantasma Hommosexual, neologismo que anuda hombre, mismo y sexualidad. La histeria se desliza por este fantasma de lo mismo haciendo “de hombre”. Siempre advertimos que cuando hablamos de estas cuestiones, hablamos de posiciones y su anudamiento a la anatomía, pero que no tienen por qué coincidir con dicha anatomía. En parejas de mujeres, podemos encontrar estas dos lógicas o incluso solamente la masculina obstaculizando el amor y generando síntomas a nivel de la sexualidad.

El amor que se sostiene en “lo mismo”, deja de lado lo femenino, nombre por excelencia de lo hetero, este “lo mismo” será el enemigo de un amor más digno sostenido en la imposibilidad. Esta es la propuesta de Lacan con su nuevo amor, un amor que no se sostenga en lo hommo, sino en lo hetero. Y nos dice que una mujer cuando se presta en el amor al “baile” del fantasma masculino muchas veces se desliza por el tobogán de la histeria. Pasa así de un amor que le permitiría conectarse con su femineidad a un amor que trasmutado en la identificación masculina la aleja de “volverse mujer” y la mantiene en esa permanente pregunta ¿qué es ser mujer? y en la espera de una definición imposible.

Mercedes de Francisco

Conferencia impartida en el Centro Lacan de Valladolid, el 23 de febrero de 2018.